El niño emigrante andaluz que volvió a Sevilla para montar un imperio del café: «Me han querido comprar. No lo haré» Mocaibo fue fundada en 1988 por Diego Panal, que dejó una vida en Barcelona para iniciar otra en su tierra. Hoy, sigue adelante con la mirada puesta en la jubilación en un sector lleno de multinacionales
Una tradición mundial en la mañana, el café, que acompaña el chute del despertador. Alrededor de un café, se toman decisiones clave en el mundo, se reúnen proyectos. Un café está detrás de la persiana de un negocio que se abre, de los apuntes de una futura ingeniera o un futuro cirujano que trasnocha en los exámenes. A café saben también las novelas del último siglo. No es poca cosa el café. Y una marca que acompaña a muchísimos bares andaluces, una marca visible en máquinas y paquetes dentro de la barra, tiene una curiosa historia, la de Diego Panal, Mocaibo, desde un rinconcito de Utrera.
Panal se crió en El Palmar de Troya («mi abuelo fue uno de sus fundadores») cuando aún era parte de Utrera, donde en realidad nació, y por eso es un utrerano. Uno que se fue siendo casi un niño a Barcelona, él solo, para trabajar. «Me faltaba un mes para los 16 años, con un permiso de la Guardia Civil». En Cataluña fundó su familia, pero en el 88 no aguantaba más y cogió sus bártulos y su experiencia y se trasladó de nuevo a Utrera.
La Utrera actual no se parece tanto a la que dejó de chaval. «Utrera está evolucionando bien, es referente entre los pueblos de la zona». Una localidad donde, reconoce, «se están haciendo cosas importantes, ha dado un vuelco del 1.000% en todos los sentidos, las personas que han regido el pueblo se han volcado, despacio y con mucha fatiga, pero se han hecho cosas importantes».
El problema, explica, tiene que ver con las necesidades de las empresas. Tiene la sensación Panal de que «se asfixia a los autónomos y a las pequeñas y medianas empresas, cada día». Y en su sector, la inversión está en «contratar para que alguien aprenda el oficio de ayudante de mecánico, que no existe, te acaba costando un dinero. 1.500 euros sin saber poner un tornillo, pues a eso hay que darle un poquito más de vidilla», reflexiona.
El futuro de Mocaibo pasa por un crecimiento también tranquilo. En estos momentos, está esa situación de dar un paso al lado. «Tengo ya 74 años. He vivido lo mío y sé lo que es la vida. A mis hijos les digo que hay que frenar, que en los tiempos actuales en los que se reubica todo, hay que pensar bien por dónde tirar».
Eso tiene que ver con las dificultades intrínsecas del sector cafetero, con una gran competencia para lograr llegar a cada establecimiento hosteleros. Pone el ejemplo: «Usted me llama y me dice que va a montar un bar. Yo le monto la máquina, la cafetera y le doy X kilos de café. No tiene usted que gastarse un duro de entrada. Y si pide un toldo, veremos si se lo puedo poner». Eso, cada mes, son «15 ó 20 clientes», a una media de «4.000 y 5.000 euros por cada uno. Eso es difícil de aguantar».
En este sector, hay gigantes que van haciéndose sitio a base de dinero. «A mí me han intentado comprar, porque es lo que hacen, instalarse comprando cinco o seis empresas pequeñitas». Pero él ha resistido: «Tengo a mis hijos, no puedo vender». No quiere. «Mis hijos son los que tienen que empujar ahora». Deja los cimientos, cuenta. Muchas horas de trabajo. Muchas toneladas de café.
Fuente La Voz del Sur a la que le damos las gracias, al igual que a su autor Pablo Fernández Quintanilla